El Programa de Bioguerra de los EUA y sus repercusiones
para México, Cuba y Panamá.
Dedicado a Ramón Labañino, Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y Fernando y René González, apresados en Miami por tratar de impedir nuevos actos terroristas del país más poderoso del mundo contra la pequeña isla de Cuba. Dedicado a Ramón Labañino, Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y Fernando y René González, apresados en Miami por tratar de impedir nuevos actos terroristas del país más poderoso del mundo contra la pequeña isla de Cuba.
1.- EL PROGRAMA DE BIOGUERRA DE LOS EUA

Al término de la segunda Guerra Mundial (1939-1945) el Gral. D. McArthur, gobernador del Japón durante la ocupación yanqui de la Nación derrotada, aceptó el sucio trueque cambiando inmunidad para el Gral. Ishii, por información manchada en sangre. Fort Detrick, el Centro para las Armas Biotóxicas del US Army, recibiría kilos y kilos de informes médicos, testimonios, films, fotos y demás documentos relativos a una década de crueles experimentos bacteriológicos en humanos realizados por la infame Unidad 731 dirigida en los años anteriores por otro general, y bacteriólogo, japonés, Shiro Ishii en Manchuria. Se reforzó así y dio gran impulso, al recién creado programa para la “Biowar” que coordinaba George W. Merck, el millonario farmacéutico norteamericano. Hacia los 1960 fue Vietnam el blanco para muchos actos de guerra sucia combinados también con experimentos ilegales y sabotajes contra Cuba que pasaban alternativamente del Caribe a la zona de los mares al sur de China.

2.- CONVERGENCIAS EN EL CARIBE.- (a) Las Bermudas.

En su clásico libro “Biografía del Caribe”, Arciniegas señala: “…Al surgir un nuevo mundo que transforma al viejo como en un capítulo del Génesis, el drama que se vivió tanto más que en ningún otro sitio del planeta, es en el Mar Caribe. Allí ocurrió el descubrimiento, se inició la conquista y se formó la academia de aventuras. La violencia con que fueron ensanchándose los horizontes, empujó a los hombres por el camino de la audacia temeraria…”.

Quizá por ese linaje de violencia uno de los aspectos más sucios de la guerra sucia, como es el de las armas biotóxicas, se ha utilizado impúdicamente contra sociedades inermes y pequeñas de la región del Caribe, llamada en otro momento El Archipiélago Mexicano. En efecto, temprano utilizó Inglaterra la región para probar armas microbiológicas, a solo tres años de las bombas atómicas en Japón, cuando conjuntamente con Canadá y los EUA, realizaron y estudiaron los efectos de ataques microbianos desde aviones y barcos (en paralelo a investigación climatológica) bajo el nombre de “Operativo Pandora”. Se determinaría asì el grado de vulnerabilidad de Gran Bretaña a este tipo de ataques. Hacia el final de 1948, se repitió el ejercicio con el nombre de “Operativo Harness” y más adelante, 1953 y 1954, los “Operativos Ozono” y “Negation” se llevarían a cabo en la misma área, cerca de las Islas Bahamas, entonces todavía colonia del Reino Unido. Para el caso se trajeron animales desde el centro del ejército inglés de prueba para armas biotóxicas (Porton Downs) ubicado en Salisbury (equivalente al Fort Detrick de los estadounidenses); los animales, enjaulados y sobre balsas flotantes mar adentro, fueron rociados desde barcos a la distancia, con nubes o aerosoles de microbios patógenos reales que incluyeron a los responsables del ántrax, tularemia y brucelosis (1). Años después los británicos renovarían su interés por este tipo de armas estudiando en la mera mata, al candidato más popular al título de “arma microbiológica ideal” que no es otro que el virus de la EEV (encefalitis equina venezolana), enfermedad epidémica, epizoótica y quizá enzoótica en países del Caribe boreal como Venezuela (2); regresaremos a esta enfermedad más adelante.

3.- CONVERGENCIAS EN EL CARIBE.- (b) Panamá.

La República de Panamá, también caribeña, ha sido utilizada en múltiples ejercicios de bioguerra por los yanquis que, omnipresentes ahí durante un siglo, desarrollaron tantas y tan diversas experiencias en esta materia, que el pequeño país es hoy conocido como “La República Tubo de Ensayo” (3). El telón de fondo fueron las instituciones de “la zona del canal” como Fort Clayton, Fort Sherman, Fort Gullick, etc., así como el reconocido Gorgas Memorial Hospital que, a través de organizaciones de membrete, sirvieron por años para coordinar diversas actividades de estudio sobre bioarmas. Así funcionaron el TECOM (test & evaluation command), el DESERET TEST CENTER y la MARU (middle america research unit) frecuentemente acordes a los intereses de la marina estadounidense como el Proyecto 112-SHAD (Ship Hazard and Defense) (4). Por cierto que Fort Gullick incluía, antes de ser devuelto a los panameños (Tratados Torrijos–Carter) 362 Ha de extensión, 680 viviendas y 30 edificios diversos con talleres y laboratorios. Funcionó ahí también la “Escuela de las Américas” –1944 a 1984– conocida porque entrenó, en “lucha antiguerrillera”, a cerca de 34,000 militares “de élite” de varios países latinoamericanos incluyendo México; pasaron por esa Escuela Somoza, Pinochet, Stroessner, Videla y otros ad latere, además de cuatro generaciones de militares estadounidenses que combinaban el entrenamiento antiguerrilla con escenarios de bioguerra en ambiente tropical. En estos años que nos tocó vivir –años de internet, google y maravillosas bibliotecas disponibles en el ciberespacio–, está disponible gran riqueza de información sobre decenas de experimentos, pruebas y actividades para la guerra química y la biológica realizados en Panamá. No podría haber sido de otra manera toda vez que el Ing. Militar y Gral. William Sibert, diseñador de las compuertas de Gatún en el mero canal, era un entusiasta del uso de gases tóxicos para la guerra, llegando a ser Director del Chemical Warfare Service del ejército estadounidense. Llama la atención la abundancia de información sobre Panamá, recopilada por asociaciones, grupos de veteranos militares, ex–marinos y ciudadanos que hoy reclaman indemnización por haber sufrido daños en su salud, así como también que el mismo Estado panameño haga reclamaciones a los EUA, Canadá y G. Bretaña, por dichas pruebas y el abandono de los desechos correspondientes que han contaminado no menos de 15 lugares de su territorio, desde hace más de 60 años (5) (6).

4.- CONVERGENCIAS EN EL CARIBE.- (c) Cuba.

Complementaria a la parte química para la guerra que desarrolló EE.UU. en Panamá, la parte biológica fue también intensa y baste señalar que guarda relación complementaria con los alegatos cubanos de agresiones en su contra con distintas bioarmas; de algún lugar de Fort Gullick, por ejemplo (6) salió el recipiente conteniendo el exótico virus de la enfermedad “peste porcina africana” que, desconocida en América (existía sólo en África), diezmaría la población porcina de Cuba; el recipiente e instrucciones, recibidos por agentes anticastristas en Bocas del Toro, fue llevado a la isla de Navassa y enviado subrepticiamente a Cuba en marzo de 1971. Para el control de la epizootia las autoridades cubanas hubieron de sacrificar a 500,000 animales que representaron una significativa pérdida económica . Es muy posible que también partieran de la zona del Canal de Panamá otras armas biotóxicas empleadas por saboteadores para agredir a Cuba a lo largo de 30 años y que presentamos concentrando información de varias fuentes (6) (7) (8) (9) (10) en el siguiente cuadro:

AÑO ENFERMEDAD INTRODUCIDA EFECTOS SOCIOECONOMICOS
1971 Mayo Fiebre porcina africana (virus) 500,000 animales muertos
1981 Septiembre Conjuntivitis hemorrágica (virus) 1,815 victimas, pasó a México
1981 Julio Dengue. Pasó a México y C. America (virus) 300,000 casos, 156 defunciones
1980-81 Roya en caña de azúcar (hongo) 500,000 Ha. de 1era. afectadas
1979 Noviembre Moho azul del tabaco (hongo) Destruyó producción 85%
1996-97 Plaga agrícola del 'Thrips' (insecto) Lo roció avión fumigador de Florida

























Ya desde 1969, en nota periodística de la AP firmada por Fenton Wheeler, se informaba (11) que “un contrarrevolucionario ingresado furtivamente a la isla de Cuba confesó al ser detenido, que los exiliados pensaban dañar la ganadería cubana con microbios”, marcando así en el tiempo lo que sería una larga cadena de denuncias; estas, aunque fundamentadas, sólo provocarían suspicacias internacionales, sin llegar a ser apoyadas en lo sustantivo. El beneficio de la duda se le daba siempre a EUA que, invariablemente negaba todo. Así sucedió el 26 de septiembre de 1981 cuando el embajador Kenneth Adelman de los EUA, ante la Asamblea General de la ONU, negó las acusaciones del Canciller Cubano Isidro Malmierca sobre la “introducción deliberada y reciente del dengue tipo II a la isla…”.

Contradictoriamente, el 10 de septiembre de 1984, en un juzgado federal de NY, comparecería Eduardo Arocena, cabecilla del grupo anticastrista “Omega 7”, detenido por el ataque previo a un diplomático cubano, quien de paso informó al juez, que anteriormente había participado en un “operativo” de la CIA destinado a introducir el dengue hemorrágico en Cuba (12).

Al paso de los años, Cuba ha tratado de difundir con mas énfasis a todo el mundo sus evidencias sobre las agresiones sufridas con bioarmas, logrando mostrar que los implicados, ciertamente integrados en una red internacional, abarcaban puntos desde Madrid y Tokio hasta México y otras ciudades, comunicándose mediante mensajes cifrados, algunos de los cuales reprodujo en su oportunidad la revista mexicana Proceso (13). ¿Cómo interpretar las opiniones y participaciones de algunos de los grandes microbiólogos estadounidenses en el contexto que nos ocupa? El Dr. Michael Reeves, por ejemplo, que normalmente tiene “su base” en la Universidad de California, EUA, donde fue Rector, aparece vinculado (14) a la MARU y al Gorgas Memorial Hospital en la zona del Canal de Panamá en el extraño caso del virus de la “conjuntivitis hemorrágica epidémica” precisando en una de las publicaciones correspondientes que “…el virus bajo estudio, prevalente en África y Asia, donde fue reconocido en 1969, no se había presentado en el Nuevo Mundo (sic) hasta 1981, hecho sin precedentes que alcanzó a la Cd. de Colón en Panamá…” (15) El autor cuidadosamente omite referirse a la inesperada aparición del brote respectivo en Cuba, así como a la aparición ulterior e inexplicada del virus en México, no obstante que si menciona su presencia en Puerto Rico y Florida; la intención claramente desorientadora de la opinión pública era evidente.

De la misma manera, las desinformaciones del Dr. Charles Calisher, director del importante CDC (Centro para el Control de Enfermedades del Gobierno de los EUA) y del Dr. Williiam Scherer, Jefe del Depto. de Microbiología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Cornell en NY, tratarían, en su oportunidad, de confundir a la opinión pública sobre el brote de dengue tipo II en Cuba (16). Como veremos más adelante, Scherer había tenido una actuación protagónica en México con motivo del estudio (patrocinado por el US Army y la Smithsonian Institution de Washington DC durante una década 1961-1970), del virus venezolano de la EEV, que tan extrañamente apareció en el país y tanto daño haría a la población humana y equina de la nación de 1970 a 1974; situación que analizaremos más adelante en este documento.

Aunque de estas cosas no deben esperarse actas notariales firmadas por las partes, vale mencionar que a consecuencia del decreto estadounidense de acceso a la información (FOIA, Freedom of Information Act), a la presión ejercida por diversos sectores sociales de EUA y el mundo, así como al término de plazos legales para reserva, hoy se tiene acceso a información primaria proveniente de archivos críticos sobre el tema que nos ocupa (17), alguna digna de asombro, como la autorización de Eisenhower para el uso de armas nucleares en un momento dado, sobre territorio y Golfo de México (18). Por esa razón el investigador interesado en el tema relativo a bioguerra, puede disponer hoy en día de documentos que reconocen ya, explícitamente, el hecho de que fue el propio gobierno estadounidense el que planeó, preparó y alentó (19) (20) el uso de agentes biotóxicos para golpear la economía y la sociedad cubana y no sólo personalmente a Fidel Castro. Señalamos por ejemplo, la muy interesante recopilación analizada por fuente estadounidense, sobre ataques a la agricultura y ganadería en el mundo entre los años de 1915 y 2000 que incluye 21 denuncias cubanas sobre bioagresiones en su contra por parte de los EE.UU. (21).

5.- CONVERGENCIAS EN EL CARIBE (d) México

Con candor digno de un “analfabeta científico”, el experimentado político del PRI de México, Luis M. Farías, contestó a pregunta del reportero: “…no es posible, es de ciencia ficción como de Flash Gordon en la Invasión de Mongo…”. La pregunta giraba sobre las causas de la inusual sequía en México al inicio de los 1970, atribuida a experimentos climáticos subrepticios de los EUA. A la medida de su peligrosa ignorancia, en tanto político de alto nivel, su respuesta acusó la típica devaluación de la importancia política de la ciencia que caracteriza a muchos políticos mexicanos. Si hoy día hay avances notables en el terreno de la guerra climática y ambiental (22), en ese entonces el político de referencia ignoró la información siguiente entonces disponible:
1) denuncias cubanas al respecto de maniobras climáticas sobre su isla, gracias a un contrato de la CIA con la empresa “International Research & Technology Corp.” de los EUA, con experiencia en el asunto;
2) investigaciones del DOD (Departamento de la Defensa) de los EUA sobre la posibilidad de utilizar tornados, sequías y “perforación” selectiva de la capa de ozono (¿no le “suena” al lector?) como armas de guerra ambiental;
3) audiencias del Subcomité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense que llamó a declarar al representante del Pentágono sobre rumores de que, entre 1967 y 1972, la guerra climática desatada por los EUA fue una realidad en el sureste asiático cuando aviones norteamericanos con base en Tailandia, volaron 2,602 misiones rociando nubes sobre Vietnam del norte y sur, Cambodia y Laos con un total de 47,409 latas o “tambos” conteniendo yoduro de plata y de plomo, conocidos inductores de lluvia (23), buscando paralizar la “Ruta de Ho Chin Minh”. Al respecto el Tte. Corl. Ed Soyster, vocero del estado mayor conjunto para el programa respectivo, con fondos de 3.6 millones de dólares anuales, señaló que SÍ se incrementaron entonces las lluvias en ciertas áreas hasta un 30% por arriba de lo pronosticado;
4) la existencia real del “Proyecto Stormfury” de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), con fondos de 27 millones de dls. del gobierno,
5) que del l8 al 20 de agosto de 1969, con varios aviones frente a la costa de Florida, se logró atenuar la velocidad de los vientos del huracán ó “Debie” en un 50% y alejarlo finalmente de las costas de EE.UU. y
6) que “la tremenda sequía en el norte de México en 1974 y lo errático de los primeros 4 huracanes en ese mismo año en la vertiente del Pacífico, cuya causa no fue explicada, podrían atribuirse con razones bien fundadas al mencionado “Proyecto Stormfury” (24).

Dicho candor, analfabetismo científico, inclinación proyanqui o simple irresponsabilidad de algunos dirigentes mexicanos de alto nivel, que no de algunos latinoamericanos, ha venido contribuyendo a reducir, desde tiempo atrás, a nuestra sociedad al papel de tontos útiles de los estadounidenses y extranjeros que llegan como “turistas” a realizar todo tipo actividades subrepticias sin control, desde exploraciones, colectas, muestreos, recopilación de datos, etc. Hasta diversas pruebas de investigación clínica farmacéutica (anticonceptivos, vacunas, fármacos, etc.) cuyos sujetos no son “suficientemente informados” antes de las pruebas, como marca la ley y que, casualmente, suelen hacerse en gente de bajos ingresos e iletrada. Todo cae pues, dentro de una cultura de la aceptación acrítica y sumisa de la ciencia extranjero digna de los “condenados de la tierra” de Fanon.

De la plaga conocida en México como el “chamusco” del plátano o banano, muy pocos se han preguntado cómo fue que entró al país en 1937 cuando acabó con el auge del “oro verde” en Tabasco; base de su economía entre 1910 y 1940 (25), ésta se desplomaría hasta su recuperación por el petróleo 30 años después. Pero ¿Cuándo llegó la plaga? ¿Cómo? El contexto fue justo cuando Lázaro Cárdenas nacionalizaba las compañías bananeras de los EUA en Tabasco que controlaban todo el proceso productivo, desde siembra y cosecha, hasta exportación (26). Uno de los que sí se preguntó como entró la plaga, describió el hecho en una aguda crónica de la época: …“En la primavera de 1937 y en distintas fechas, para cargarlos de plátano, llegaron a Lauchapan (entre Veracruz y Tabasco) seis carros de ferrocarril de los llamados refrigeradores procedentes de Cd. Juárez, Chih., conteniendo en el interior considerable hoja de plátano, calzando no se supo qué, toda vez que en esos carros especiales sólo se cargan frutas enteramente limpias de todo. Sin haber sabido a qué obedecía tanta hoja sucia adentro de tales carros y sin haberse tomado ninguna precaución al efecto, por la ignorancia de los gérmenes del mal, bueyes, carretas y gente pisotearon aquella hojarasca mientras se hacía el embarque… y así, sin saberlo, por ese hecho, se dedujo que de esa manera dimos entrada al mal” (27).

Medite el lector por un momento: ¿Conoce platanares en Cd. Juárez, Chih.? ¿En el norte del país? ¿No sería plausible que los carros mencionados pudieran haber sido manipulados desde otro lugar? ¿Nuevo Orleans quizá? Entrevistado al respecto por el suscrito, un gran experto mexicano en fitopatología (28) nos señaló que la enfermedad, conocida también como “sigatoka”, es producida por el hongo Mycosphaerella musicola L., descubierto en 1903 en islas del Pacífico sur; pasó pronto a varios lugares del Caribe, plagando sus platanares. Lo demás, digo yo, es historia de las importaciones bananeras por barco a Nuevo Orleans y sus movimientos por FF.CC. hacia lugares del suroeste de la Unión Americana y sus vecino, ¿Un caso de proto-bioterrorismo? ¿De estado?

Otro caso muy grave para México, se relaciona al menos de dos maneras con el “Programa para la Bioguerra -1943 a 1973- de los EUA: en una, probablemente fuimos víctimas inadvertidas de un gran “experimento” en el que aves migratorias infectadas, trajeron un virus exótico para nosotros, el EEV o virus de la encefalitis equina venezolana que produjo un serio problema nacional de salud. En la otra, consecuencia de la primera, colaboró estrechamente el gobierno mexicano de la época con el centro estadounidense para la bioguerra (Fort Detrick) en la fabricación, prueba y reventa de su vacuna militar contra la enfermedad citada, con la intermediación del US Public Health Service (USPHS), la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la complacencia, en la década 1964-1974 de la SSA y SAG de México.

Descubierto en la isla caribeña de Trinidad (1943), el virus de la EEV pronto llamó la atención de los militares de EUA por su potencialidad para la bioguerra y a lo largo de los 1950 y 1960, los arsenales del USArmy llegarían hasta almacenar miles de litros del virus concentrado a granel (29) (30). La EEV en los humanos empieza como una gripe fuerte de aparición repentina. Duele la cabeza y el cuerpo, hay fiebre y calosfrío y puede haber vómito. En el niño además, puede haber somnolencia, desorientación, convulsiones, parálisis, coma y muerte y pueden quedar secuelas neurológicas (31); el arbovirus que la produce es transmitido por mosquitos (o artrópodos) y afecta seriamente a humanos y equinos prevalecíendo solamente en Venezuela y países vecinos hasta que…

Desconocida en México, inexplicablemente surgió un caso aislado en Tampico en 1962 (32). La presencia del virus tan al norte de su ambiente natural se atribuyó, desde entonces, a las aves migratorias. Abundaron después los estudios sobre EEV en el Golfo de México desde Tamaulipas hasta Veracruz, ruta de paso para aves migratorias. Encabezadas preferentemente por Scherer y su grupo (que incluía mexicanos -vide supra-), las investigaciones se concentrarían en la zona entre Tlacotalpan y los Tuxtlas–Catemaco y parte del litoral nayarita en el Pacífico, vinculándose a brotes de la EEV en América Central (33). Llama mucho la atención, en todo esto, la presencia sistemática del US Army a traves de Fort Detrick o USAMRIID (US Army Medical Research Institute for Infectious Diseases).

Con el respaldo de la OPS, el USPHS y la SSA (Secretaría de Salud) se intensificó el estudio de la EEV en México durante la segunda mitad de los 1960. Tratábase de conocer la “historia natural” de la enfermedad y aislar el virus –o si lo prefiere– las posibilidades como bioarma para los militares patrocinadores. Con el aval de algún científico mexicano, de cuyo nombre no quiero acordarme los estadounidenses instalarían un centro de investigación sobre EEV cerca del pueblito de Sontecomapan, Ver. (lugar donde se encontró el virus en México) centro que disponía de laboratorio de campo, vehículos, equipo, bioterio, instrumental y lo necesario para estudiar el contexto del ciclo biológico y epizoodémico del virus; para el caso se rentó parte del Hotel Playa Azul a orillas de Catemaco (34) donde accedían investigadores extranjeros en microbiología, ornitología, virología, inmunología, mastozoología, ecología, epidemiología, etc., como William F. Scherer (citado en ocasión al posible sabotaje con virus del Dengue II a Cuba), Robert Dickerman, Dwane Warner y el controvertido ¿traficante? de aves Allan Phillips entre otros. También ahí entraban y salían investigadores mexicanos de la SAG, SSA, IPN y UNAM, alumnos de posgrado de las Universidades de Cornell y Minnesota y tesistas de Biología de la Facultad de Ciencias de la UNAM, involucrados todos en el Programa Conjunto SSA–OPS (35), sorprende que el informe correspondiente abarcando ¡diez años! llegara, casualmente, cuando la epizoodemia que se produciría después ya tenía meses de instalada en el sureste de México y se expandía aceleradamente hacia el norte (ver mas adelante).

La abundancia de publicaciones sobre EEV en esa época, refiere también el interés por relacionar la inesperada aparición del virus venezolano, tan al norte como está México, con la presencia, de aves migratorias capaces de transmitirlo (34) (35) y fue en el sureste mexicano y costas de Nayarit y Jalisco donde se intensificó esa búsqueda de relación entre el virus, las aves y los vectores integrados al ciclo (35) (36) (37) (38) (39) ¿Desconocerían los mexicanos involucrados el interés del US Army, a través de Fort Detrick, por el uso de aves migratorias como diseminadores de microbios? ¿Desconocerían los políticos, las autoridades e investigadores mexicanos el programa estadounidense para la bioguerra con el uso de EEV como bioarma? ¿Desconocerían el origen militar de la vacuna antiEEV que empezaban a usar en México los investigadores estadounidenses? ¿Desconocerían el origen de los fondos militares? Varios de los entrevistados han respondido al autor que lo desconocían; pero no todos. Hubo uno al menos que informó al suscrito en entrevista, no sentirse a gusto con lo que hacía como ayudante de investigación de Dickerman y Scherer, ni con lo que veía a su alrededor, simplemente no lo consideraba en bien del país y en un rapto ético, desconfiando del patrocinio a las investigaciones sobre EEV en el país, se desvinculó de ellas rechazando ofrecimientos de los estadounidenses para que continuara su carrera en el extranjero (39).

Procede señalar aquí que las publicaciones de la época indican la utilización (desde 1963) para algunos investigadores en trabajo de campo en México –no para todos– (y sin autorización alguna) la vacuna anti–EEV conocida como TC–83, diseñada por el US Army en Fort Detrick para uso de sus soldados en Vietnam, donde se “probó” el virus de la EEV como bioarma (14). Recordaremos que ante el peligro de una infección, por cualquier microbio patógeno, se requiere la vacuna para protección de lo(s) propio(s) y que, consecuentemente, “arma microbiológica”, es inseparable de “vacuna” como requisito previo. En efecto, paralelo al esfuerzo de los EUA por las bioarmas, corría su esfuerzo para disponer pronto de las vacunas correspondientes y en el caso que nos ocupa, prevenir la encefalitis por EEV entre su tropa porque, se comentó antes, el virus fue bioarma en Vietnam.

Fort Detrick experimentó diversos tipos de vacuna anti EEV desde 1961, optando por la denominada TC–83 que eventualmente se probaría en 6,000 personas (1964 a 1972) con efectividad del 80% (41). Siendo esta vacuna de virus vivo atenuado, se preparó otra inactivada, la C–84, aunque ambas no estaban, ni están, totalmente libres de peligros al aplicarse; aún para uso veterinario en los EUA, requerían y requieren, de un permiso especial como “fármaco en estudio” (42). Podemos suponer entonces que hacia los 1960 era indispensable probarla veterinariamente en gran escala y bajo condiciones reales, es decir, en un grupo grande y significativo de equinos, pero ¿quién daría el permiso? La vacuna era peligrosa. Ya se habían vacunado personas, pero ¿y los equinos? Se habían hecho decenas de “experimentos” y actividades subrepticias en la propia Unión Americana ( l ), en Panamá, en Cuba y ¿por qué no…?

La aparición del virus venezolano en México fue considerada invariablemente como “misteriosa” por los propios investigadores estadounidenses, (siempre tan objetivos en materia de ciencia) o como enfermedad que de alguna manera había “saltado” (¿?) hacia el norte a cientos de kilómetros. Sospechóse reiteradamente del “traslado” del virus a las aves migratorias portadoras, ¡¿Y cómo no lo iban a sospechar, si conocían desde 20 años atrás la existencia y patrocinio del Programa de la Smithsonian para Estudiar Aves Migratorias como vehículos para la bioguerra?! Lo asombroso, nuevamente, es el que los altos políticos, las autoridades e investigadores mexicanos no lo conocieran, porque de pronto, frente a lo reducido de los casos de EEV registrados en México entre 1964 y 1969, súbitamente, en la primera semana de noviembre de 1969 se registró una verdadera explosión de la enfermedad en el suroriente de Chiapas, a pesar de una llamada de alerta desde julio anterior (43)(44). Nada se hizo y la enfermedad avanzó a lo largo de las márgenes del río Grijalva donde morían muchos caballos. “Cuando en los últimos días de julio de 1970 la epizoodemia abarcaba ya 32 municipios, llegaron veterinarios de la Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG) con 25,000 dosis de vacuna contra la EEV preparada en Maryland, EUA” (sic) (45). Se declaró entonces la emergencia nacional, mientras las altas autoridades del país aceptaban la ayuda ofrecida por Fort Detrick.

“Para fines de 1971 todo el país menos el DF, Tabasco y Baja California, tenían la enfermedad… que llegó hasta al sur de Texas donde se le detuvo” (46). Entre 1970 y 1974 murieron en México 49,309 equinos y se vacunaron 24 millones a costo muy elevado. Lo más triste: enfermaron 51,137 personas y murieron 93, principalmente niños y ancianos, estadística que no reporta los niños que quedaron con secuelas neurológicas (46) (47). Es importante agregar que aun en la actualidad, las fuentes militares estadounidenses de información estadística en salud continúan minimizando los efectos de la zoonosis y señalan que en esa epizoodemia de EEV en el México de 1970-1974 sólo hubo “8–10,000 equinos muertos y 17,000 casos humanos” ¡sin ninguna defunción! (48)

La brevedad del espacio no permite anexar aquí copias de documentos primarios importantes, provenientes del Archivo Histórico de la SSA y solo mencionamos someramente a continuación algunos de los mas importantes como 1) Acuerdo para organizar una Comisión y Programa de Combate a la EEV, 2) Acuerdo con Fort Detrick para producir en México la vacuna TC-83 del US Army, comunicándoles diariamente datos diversos sobre su producción y utilización en el país, 3) Oficio acerca de la “inocuidad” de la vacuna TC–83, presentado al Secretario de Salud de México, por el Dr. Morris Schaeffer, del Depto. de Salud y Buró de Laboratorios de NY, que desde luego no decía la verdad; en los EUA, el uso de la vacuna requería y requiere un permiso para su empleo. 4) Reportes de usuarios de la vacuna TC–83 en México, implicando su peligrosidad. 5) Carta de solicitud al Presidente Echeverría para que impidiera el uso de la TC–83 y 6) Reconocimiento pleno por los EUA de que el diseño, producción y empleo de la vacuna TC–83 contra la EEV, fue parte de su esfuerzo para la bioguerra en esos años (49). Esfuerzo al que se unió México con o sin conocimiento de causa… ¿Y dónde quedó el asunto de las aves migratorias, clave para saber si el virus llegó a nuestras tierras de manera natural o de manera inducida por “mano negra”? Retrocedamos un poco. La denuncia había causado gran impacto en la comunidad científica estadounidense y mundial. Se trataba del respetado organismo de investigación, historia natural y museografía, “Smithsonian Institution”, de Washington DC, que con una gran sección de ornitología se había prestado, bajo jugosos contratos con el USArmy y/o Fort Detrick, para realizar un amplísimo estudio sobre aves migratorias en la gran cuenca del Océano Pacífico bajo coordinación del Dr. Hubert Humphrey de la Universidad de Kansas (50). Recientemente, al abrirse a consulta pública los Archivos Nacionales de Seguridad de los EUA, ha sido posible consultar el Programa de Bioguerra multicitado de este país y conocer los cuatro contratos, de abril de 1951 a junio de 1969, para que el Smithsonian generara información bastísima sobre aves y en su oportunidad el patrocinador, es decir el ejército de los EUA, aprovechara a las aves migratorias en actos de diseminación microbiana. Procede aquí señalar que el artículo original de denuncia de dichos contratos, menciona también el patrocinio de la Fundación Rockefeller para otro estudio complementario que abarcaría el continente americano hasta Brasil. La documentación original en archivos del Smithsonian consultada por este autor, incluye también, como objeto del estudio, los litorales del Pacífico de México y algunas de sus aves migratorias (51) (52).

Habida cuenta que siendo el virus de la EEV una de las bioarmas prioritarias del US Army, por ser diseminable vía avifauna, uno no puede menos que arquear las cejas con suspicacia ante la evidente vinculación entre el estudio de varios años del Smithsonian sobre aves migratorias portadoras de microbios patógenos, la aparición inesperada del virus EEV en México y el acuerdo con Fort Detrick para producir y emplear su vacuna militarmente orientada, vinculación que las autoridades mexicanas de la época no conocían o soslayaron. Si todavía no aparece una pizca de suspicacia en el lector, ni logramos que mueva las cejas, permítaseme referirlo a una publicación reciente (53) que implica de manera explícita y abierta la vinculación entre los tres elementos arriba mencionados; vinculación posible gracias al celestinaje de las oficinas de salud pública del vecino país ante la Secretaria de Salud de México (SSA) para realizar diversos estudios sobre la EEV en México en los 1960 y cuyos fondos, señala el autor de la publicación, parecen haber sido “colosales”.

Es claro que en este caso jugamos un doble papel. Por un lado, plausiblemente se nos utilizó para un gran experimento de traslado a nuestro país, vía aves migratorias, de un virus exótico altamente infeccioso y adicionalmente, por propia decisión política, colaboramos abiertamente con el esfuerzo estadounidense para la bioguerra, a través de la producción, prueba y evaluación de su vacuna militarmente orientada. Si todo esto le parece lamentable, para el suscrito es una tragedia, toda vez que, como consecuencia de los hechos referidos murieron no menos de 93 mexicanos. Es altamente significativo comparar este dato con otros derivados de actos bioterroristas semejantes, si así los consideramos. Veamos.

Después del 11 de septiembre del 2001 en los EUA, murieron 9 estadounidenses por ántrax diseminado postalmente, lamentable caso del que se hizo un gran despliegue publicitario en EUA y en el mundo. Un brote de esta misma enfermedad en Sverdlovsk (hoy Yekaterinburgo) Rusia hacia el 2 de abril de 1979, costó la vida a 63 vecinos del lugar, brote que los estadounidenses se han empeñado en demostrar fue un escape accidental del “Combinado 19” edificio de la fábrica militar soviética de bioarmas, por oposición a la explicación soviética oficial que la atribuyó a ingestión de carne descompuesta); al respecto de dicha demostración EUA se ha gastado una fortuna en viajes, entrevistas, muchas publicaciones y hasta un interesante libro (54). Finalmente, ¿Qué tendríamos que hacer nosotros para llamar la atención sobre la terrible epizoodemia de EEV en nuestro país que, como probable caso de BIOTERRORISMO DE ESTADO, llevó a una cruel enfermedad y muerte a 93 de los 50,000 mexicanos enfermos de encefalitis equina venezolana hace tres décadas?

6.- ¿ QUE HACER ?

Ante los embates del país mas beligerante del orbe que tiene secuestrado al modelo de democracia y que ocupado hoy en arrojar piedras al monstruo del (bio)terrorismo, que el mismo creó y utiliza para, discrecional y arbitrariamente, señalar e imputar esta actividad con dedo flamígero a quien se le antoja, cabe la reflexión ¿Que hacer? Aunque vulnerable, acosada, cercada, América Latina no está de rodillas en la materia que nos ocupa; tiene por lo menos dos instrumentos para no ser mas objeto de agresiones bioterroristas impunes. Uno, muy poderoso es su memoria y los medios de comunicación que la acompañan. No olvidar nuestro pasado. No olvidar que “entre las naciones como entre las personas el respeto al derecho ajeno es la paz” (Juárez), no olvidar a las naciones predatoras que “tienen clavadas sus fauces en nuestras gargantas” (Galeano) y sobre todo no olvidar lo señalado en el pasado por el Gral. estadounidense Smedley Butler –el tercer general mencionado en este texto- cuando nos aclaró –quizá en una crisis ética- cuales suelen ser las motivaciones yanquis en sus relaciones con nosotros: “La guerra solo es un latrocinio para el beneficio de los muy pocos al costo de las masas...serví como militar y fui un estafador, un gangster para el capitalismo que solo favorece a Wall Street. Mis facultades mentales permanecieron suspendidas mientras obedecía las órdenes de los superiores: esto es el servicio militar...Ayudé a ser seguro a México, especialmente Tampico, para los intereses petroleros de los EUA en 1914; hice de Haití y Cuba un lugar decente a donde los chicos del National City Bank pudieran recaudar sus ingresos. Ayudé al saqueo de media docena de repúblicas centroamericanas para beneficio de Wall Street...Purifiqué Nicaragua y República Dominicana. La historia del latrocinio es larga...Al Capone operó en tres distritos de los EUA, yo operé en tres continentes”(55).

Otro podría ser la creación y funcionamiento en territorio latinoamericano de una Instituto Latinoamericano de Estudios para la Paz que haga el estudio, arbitraje y definición de actos de sabotaje como los que nos ocupan en este texto, a semejanza del único que existe en el mundo ubicado en Suecia, el SIPRI o Stockholm International Peace Research Institute y que de la misma manera de éste llegara a ser paradigmático pero con enfoque latinoamericano (56).

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